La primera vez que invité a mi mamá a los parques de Disney en Florida, hace más de quince años, ella comentó al bajarse de la segunda o tercera montaña rusa que “sólo en éste país de ricos, donde la gente no tiene que sufrir cada mes para completar lo de la renta ni teme a cada instante quedarse sin trabajo, habrían podido inventarse el miedo como forma de entretenimiento”.
No dijo nada más pero ya no se subió a ninguna otra montaña rusa, mientras que yo la admiré en silencio y como siempre. El efecto de su comentario en mí, sin embargo, fue mucho más allá que mi admiración por ella y me causó una gran consternación en ese momento. Me quede pensando en lo que dijo acerca del público americano y el miedo como forma de entretenimiento. Yo estaba ya trabajando en mi novela corta “Opera de un hombre que buscaba,” y me defendía con todas mis fuerzas, palabra a palabra y frase a frase, contra el peligro de caer en la fórmula de los best sellers americanos, que en ése tiempo incluía miedo, dinero y sexo.
Tan pronto regresamos de ésas vacaciones, releí el borrador de la novela y tuve que reconocer que todavía incluía, definitivamente, un alto contenido de miedo y otro tanto de sexo. Me pregunté si al final, después de tanto esfuerzo, acabaría por producir una novela de fórmula y me llené de espanto. Pasé muchas horas, muchísimas, escribiendo y re-escribiendo párrafos para eliminar el componente del miedo porque no hubiera podido borrar el de sexo. Sólo después de muchos meses llegué a concluir que sin importar el número de borradores ni de versiones, ésa siempre seria una historia con dos de los ingredientes de un best seller americano, porque sin ellos la historia que yo quería contar no sería la misma sino una distinta.
Ya no me ocupo de eliminar las fórmulas cuando escribo. No se me ocurriría jamás hacer una lista de chequeo para verificar si ya incluí, o todavía me falta, la dosis de un ingrediente o del otro en una de mis novelas. Pero así como no elaboro una lista para incluir los ingredientes, tampoco elaboro una para retirarlos. Escribo, sencillamente. Imagino la historia central y la escribo, frase a frase, dejando que el ritmo de las palabras permita al personaje revelarme lo que quiere que yo cuente, lo que hace, lo que lo motiva, lo que sufre.
Hoy en día la fórmula del best seller de narrativa americano, según aprendí la semana pasada en la conferencia, se expresa en un solo ingrediente que parece ser mucho más exigente para el autor y proporcionar verdadero entretenimiento: tensión intensa. Eso es lo que los editores y los agentes literarios están buscando siempre: historias que reflejen tensión, personajes viviendo situaciones que los llevan al extremo de sus propios nervios y que mantienen al lector pegado a las páginas de la novela.
Mañana empezaré a escribir sobre cómo aplicar la formula, o cómo no hacerlo. Los ejemplos que he escogido son buenos.