Ninguna de las dos se dio cuenta de que yo también estaba llorando, luchando con desesperación contra dos lágrimas indecisas que no lograría retener, ni impedir que abrieran el camino que seguirían después muchas otras, alimentando dos regueros calientes y regulares que serpenteaban por mis mejillas para disolverse en las comisuras de mis labios, y sabían amargo, como los silencios del abuelo, que nunca se dejaba ver pero se acordaba de mirarme mientras me veía, y me regaló una esmeralda para que me guardara de mi misma, de mi mala sangre, que era la suya, y porque me quería, porque no le quedaba otro remedio que quererme, porque él también, y sólo en ese momento lo comprendí, había nacido por error, en la fecha, y el lugar y la familia que no le correspondían, hombre por fin entero, ero equivocado”.
“Se levantó con brusquedad y se volvió para mirarme, y en aquel instante comprendí con una aterradora precision que hasta entonces mi vida no había sido otra cosa que su ausencia”.
(“Malena es un nombre de tango“. Almudena Grandes, Tusquets Editores, Barcelona, 1994)
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Martha Cecilia Rivera, Chicago, Octubre 2013