CARTARESCU

Regresar al poeta que sorprende y que golpea como el viento, y que igual que el viento, carece de disculpas, es algo que causa una tribulación cada nueva vez extraña. Es algo así como sentir que ese yo que encontró a ese poeta antes, se extravió en el instante mismo en que ese encuentro sucedió, y aún lo busca. ¿A quién? A ese yo perdido, a ese poeta, y a ese poema que causó ese extravío. Peor aún, resulta entonces, tropezarse ahora con su prosa.

LULU*

“Amigo, ¿cómo voy a luchar con mi quimera? Querido compañero, tú, el único para quien escribo, para quien he escrito siempre, ¿cómo voy a escapar de ese camino que se extiende por mi vida como el espejo de un lavabo y que no desaparece con nada, bien al contrario, que está cada vez más seco, más sucio y más diluido? ¿Cómo voy a sacar de mi cerebro aquellas tetas de guata, aquella falda de puta vulgar, aquella peluca, aquel artificio, aquel manierismo? Esa turbación, que da vueltas en mi cabeza como si fuera un jarabe espeso, baja hasta los huesos de la nariz, hasta las vértebras del cuello e inunda mi pecho con algo rojo y pegajoso, como si la imagen de Lulu fluyera en una mezcla de colores, en colorete fabricado con pis de gato, en perfume de esperma de marta cibelina, en flores exóticas, marchits y sospechosas, en ojos maquillados con un rimel grasiento que se escurriera de los cuadros de Dalí —se escurriera en torno mío y chorreara sobre el asfalto hasta formar un charco como un seudópodo camino de la alcantarilla. ¿Sabes, Víctor, que mi soledad tiene en su blanca piel un forúnculo y que ese forúnculo se llama Lulu?”…

* Mircea Cartarescu. Lulu. Editorial Impedimenta, Madrid, 2012

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Martha Cecilia Rivera, Chicago, Noviembre 2014