En un mundo anterior, los escritores creaban sus obras, las enviaban a las editoriales y los concursos, esperaban con paciencia por años hasta que algún editor aceptaba publicarlas, y después recibían como compensación un porcentaje (el 10% o menos) sobre la venta de su obra. La casa editorial se encargaba de comercializar la obra del escritor, y si se vendía bien, la publicación y venta de sus siguientes obras fluía más rápido y con menor tortura de modo que el escritor podía dedicar la mayor parte de su tiempo a eso, a ser escritor.
En este mundo de ahora, la tecnología nos ha puesto al alcance de la mano la posibilidad real de autopublicar nuestro trabajo recibiendo una compensación mucho más justa y evitando la larga espera y los rechazos. Esas son las buenas noticias. Las malas, que la autopublicación nos pone a vender por nosotros mismos nuestro trabajo. Una vez autopublicada, nuestra obra tiene que ser vendida, y vender no es sólo lo opuesto a comprar. Es un proceso complejo, que tiene secretos, componentes, pasos, actores, funciones. La mayoría de los escritores tendremos poca idea acerca de todo eso.
Una primera pregunta para la almohada del escritor, antes de decidirse a autopublicar, es qué tanto está dispuesto a dedicar una parte importante de su intelecto, su tiempo y sus recursos a vender su obra. Esta es una pregunta crítica desde muchos puntos de vista.
Uno de ellos, es la disponibilidad de tiempo. Vender demanda tiempo. Si el escritor tiene un empleo con el cual genera lo necesario para vivir, dedica su tiempo libre a escribir, encuentra horas para las personas que ama y la logística del día a día, y ahora debe agregar a todo eso la venta de sus libros, muy seguramente verá reducido el tiempo disponible para alguna o todas de esas otras esferas de vida. A mí personalmente me preocupa muchísimo que el trabajo de vender mis novelas me quita tiempo para escribirlas. Después de todo, los días solo tienen un determinado número de horas.
Quizás todavía más importante que el tiempo mismo, es el nivel de concentración y de energía que se requiere para una cosa y la otra. Escribir, en mí, es una pasión, y cuando estoy escribiendo un libro, me arrolla. Quiero estar con él la mayor parte del tiempo, descubrirle los secretos, dedicarle lo mejor de mi temprano cada maniana cuando mi mente está fresca, encontrarlo a cada momento en medio de mi trabajo, a la hora del almuerzo y en mis diversiones con mis amigos, y reencontrarme con él despues del trajin del dia. Se vuelve una adicción que me esclaviza, reclama más y más y no me suelta. ¿Cómo voy a concatenar eso con el trabajo de dedicarme a venrderlo? Quizás la respuesta sea programar el tiempo en segmentos más largos. No buscarle horas al día para escribir, vender y vivir, ni siquiera días, sino encontrarle años a la vida. Algo así como enfocarme un año principalmente a escribir una novela, el siguiente principalmente a venderla, y así sucesivamente.
Otra pregunta importante que quizás esta menos dirigida a la almohada y más al espejo, es si realmente se está dispuesto a despojarse del ropaje del escritor para vestir el de persona de negocios, aunque sea sólo a veces. Autopublicar implica que no va a haber una casa editorial que te posicionará y promoverá como escritor y se encargará de los juegos financieros y el golpear las puertas. Habrá que negociar, aprender algo de contabilidad e impuestos, mercadeo, distribución y proveedores. Se requiere determinación para encargarse también de todo eso, y digo determinación porque si el mundo de los negocios hiciera feliz a los escritores, seríamos eso, gente de negocios y no autores.
Voy a dedicar mis próximas notas a reflexionar acerca de vender la obra autopublicada considerándola como lo que es, un producto que necesita un empaque, un plan de mercadeo y promoción, y uno o varios canales de distribución.