La amargura que destila el protagonista de “La Raya del Olvido”, el relato de Carlos Fuentes que me ha ocupado esta semana, aparece de una manera directa, sin recursos retóricos para mostrarla diferentes de una ironía ácida y violenta. Tiene la forma de una reflexión tan sarcástica que produce en el lector resentimiento. Se trata de uno de esos momentos en los que un novelista deja fluir sin disimulos literarios sus propios puntos de vista, esos que conforman el mundo interior que se insinúa la mayor parte del tiempo en sus historias y sus personajes pero que sólo de vez en cuando emerge a la superficie en forma directa.
Transcribo un párrafo:
“¿Por qué no fue como su hermano nuestro tío? Veinte años menor que él, el hermano menor entendió todo lo que nuestro padre ignoró o despreció. La pobreza no se reparte. Primero hay que crear la riqueza. Pero la riqueza desciende poco a poco como gotitas. Eso es seguro. Tengan paciencia. Pero la igualdad es un sueño. Siempre habrá idiotas e inteligentes. Siempre habrá fuertes y débiles. ¿Quién se come a quién? La riqueza bien habida no tiene por qué distribuirse entre los holgazanes. El que es pobre es por su gusto. No hay clases dominantes. Hay individuos superiores.”
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