LA ENFERMEDAD DE ESCRIBIR

Es frecuente que los escritores torturados, y los escritores en general, utilicen la voz de sus personajes para expresar la angustia fundamental que les ha deparado su quehacer de escribir. Una de esas angustias, que me ha llamado la atención en estos días, es la de una escritora que terminó suicidándose, Virginia Wolf.

En “Orlando”* Virginia Wolf asegura que escribir es una consecuencia casi que inevitable de dedicarse por completo a leer, y dibuja la tortura del escritor de un modo que no puedo menos que verme retratada.

“Una vez que el mal de leer se apodera del organismo, lo debilita y lo convierte en una presa fácil de ese otro azote que hace su habitación en el tintero y que supura en la pluma. El miserable se dedica a escribir…”

“…Se le escapa el sabor de todo; lo torturan hierros candentes; lo roen los gusanos. daría hasta el último centavo (!tan virulento es ese mal!) por escribir un solo librito y hacerse célebre; pero todo el oro del Perú no puede comprarle el tesoro de una frase bien hecha. Se enferma, cae en una consunción, se vuela los sesos, vuelve la cara a la pared. No importa en qué actitud lo encuentran. Ha atravesado las puertas de la Muerte y conocido las llamas del Infierno.”

“La naturaleza, que nos ha jugado tantas malas pasadas, confeccionándonos tan híbridamente de arcilla y de diamantes, de arco iris y de granito, encajando todo en un molde, a veces de manera incoherente, pues el poeta tiene cara de carnicero, y el carnicero, de poeta…”

“La naturaleza ha complicado su tarea y ha perfeccionado nuestra confusión suministrándonos u surtido completo de retazos (…) y ha dispuesto además que un solo hilván los conserve juntos. La costurera es la Memoria y por cierto bien caprichosa. La Memoria mete y saca su aguja, de arriba abajo, de acá para allá. Ignoramos lo que viene enseguida, lo que vendrá después. El acto más común -sentarse a la mesa, acercar el tintero- puede agitar mil fragmentos dispares, un rato iluminados, un rato en sombra, colgando y hamacándose y flameando, como la ropa interior de una familia de catorce personas en una soga un día de viento.

“La memoria seguía presentándole la imagen de un hombre raído, con grandes ojos brillantes. Siguió mirándolo. Siguió en suspenso. Esas pausas son nuestra ruina.”

*Editorial Suramericana S.A., 1977, Traducción de Jorge Luis Borges.

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