Una constante en los grandes maestros de la literatura, incluyendo aquellos que escriben con simbolismos complejos, tales como Kundera y Kafka, es que aún en medio de esos simbolismos la escritura es especialmente buena. La construcción impecable de las frases, la fuerza descriptiva y el lirismo son aspectos de sus obras que destacan aún a pesar de las desviaciones que puedan atribuirse a las traducciones, y ello de tal manera que leer sus historias no es solo interesante e invita a la reflexión y a la pregunta, sino que además constituyen una experiencia estética muy rica. Eso sólo puede ser resultado de un trabajo de filigrana muy serio y muy paciente por parte del autor, que por lo general implica muchas re-escrituras y auto-ediciones posteriores a los primeros momentos de creación inspiradora. Incluyo debajo algunas frases de El Castillo, de Kafka:
“… Era como si un melancólico habitante que hubiera debido mantenerse en el aposento más remoto de la casa, hubiese perforado el techo, irguiéndose para mostrarse al mundo”.
“Ella quería algo, y él quería algo. Furiosamente y con muecas violentas, cada uno hundía su cabeza en el pecho del otro. Algo querían, y ni sus abrazos, ni sus cuerpos encabritados, les hacían olvidar nada; les recordaban más bien el deber de buscar más; como perros desesperados escarbando la tierra, así escarbaban ellos sus cuerpos. Y desamparados, desengañados, buscando todavía una última dicha, se lamían y lamían la cara con las lenguas. Sólo la fatiga los calmó, y quedaron agradecidos en uno con el otro”.
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