Una de las razones, creo yo, por las cuales incorporar el punto de vista filosófico del autor en la voz del narrador requiere de muchísimo más esfuerzo que cuando se le expresa a través de la voz de los personajes, es que los diálogos (o cualquier forma de monólogos) permiten una mayor extensión y frecuencia de disquisiciones y discursos. El personaje simplemente puede aparecer como alguien a quien apasiona el tema, o a quien le gusta pasar por erudito, o el loco del pueblo que sin embargo dice las cosas más cuerdas, etc. En realidad el personaje puede ser creado con el objetivo preciso de expresar directamente aquello que el escritor quiere expresarle al mundo, las verdades morales que descubrió o los conflictos sociales, psicológicos o políticos que necesita mostrarle.
El hecho de que la voz del personaje permita mayor flexibilidad en la extensión del mensaje, e inclusive debates entre varios personajes, también posibilita que hasta cierto punto, el autor escriba para descubrir que es lo que piensa. Hay espacio para extenderse. La literatura de los clásicos está llena de ejemplos, y entre los autores más modernos también hay autores que sobresalen. La desesperanza estructural de Albert Camus, por ejemplo, aparece de un modo magistral e impactante en la última reflexión de Meursault. Transcribo el último párrafo, aunque el ejemplo completo comprende todo el capítulo final de El Extranjero, en el que se narra el encuentro de Meursault con el capellán:
“Y yo también me sentía pronto a revivir todo. Como si esta tremenda cólera me hubiese purgado del mal, vaciado de esperanza, delante de esta noche cargada de presagios y de estrellas, me abría por primera vez a la tierna indiferencia del mundo. Al encontrarlo tan semejante a mí, tan fraternal, en fin, comprendía que había sido feliz y que lo era todavía. Para que todo sea consumado, para que me sienta menos solo, me quedaba esperar que el día de mi ejecución haya muchos espectadores y que me reciban con gritos de odio”.
La voz del narrador no podría dedicar un capítulo entero a explicar cuál es el dolor moral que explica la acción del personaje. El capítulo se convertiría en el mejor de los casos en un tratado, no en una pieza literaria. Algunos ejemplos notables de explicaciones muy extensas (viene a mi memoria un pasaje inmensamente largo en “El Amor y Otros Demonios”, de García Márquez) de todas maneras incluyen acciones por parte del personaje, así como también eventos, porque la historia debe seguir fluyendo, no puede estancarse en el tema que obsesiona al escritor porque el riesgo es el de perder al lector. Así las cosas el escritor no puede escribir para saber lo que piensa a través de la voz del narrador. Si el novelista decide usar la voz del narrador, deberá seguir escribiendo para saber lo que piensa, descubrirlo, y solo entonces introducirlo en la novela en forma de un párrafo breve, o solo unas cuantas frases. Doble trabajo, que quizás es lo que al final establece la diferencia entre un narrador y un maestro.
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