31. Dr Jekyll y Mr Hyde – Robert Louis Stevenson (1886)
Se dice que la magistral historia de esta obra tiene correlatos muy específicos en la vida de su autor. Uno de ellos es haber conocido en su infancia las ropas de una persona que jugaba un papel muy respetable de día, y se disfrazaba en la noche para salir a dedicarse a actividades menos aceptables socialmente. También, parece que el delicado estado de salud del autor durante sus años tempranos lo puso en constante contacto con un doctor aficionado a realizar experimentos, en cuya casa se hospedaban algunos de sus estudiantes. Esto es interesante pero no necesariamente inesperado, todos los escritores podemos identificar en una u otra forma eventos de la vida real que fueron el punto de partida para la creación de una historia, un pasaje o un personaje. Algo que no se dice tan frecuentemente es que la historia en sí misma es fascinante, en mi opinión más allá de la dicotomía del bien y el mal en el ser humano. Y la razón por la que creo que fascina, principalmente, es porque desafía al lector a reconocer no solo que la dimensión del mal existe en cada uno de nosotros, sino que además se le acepta, en el fondo se coexiste con ella sin incomodidad. Otro aspecto a destacar es que es un libro conciso y sin embargo muy emocional, que comienza con una hipótesis intrigante que desvía la atención del lector hacia una historia que es completamente alejada de lo que se va a contar después. Muy interesante.
32. Tres hombres en una barca – Jerome K. Jerome (1889)
Se trata de una historia cómica de tres amigos que se desempeñaban en funciones de apoyo administrativo, y su perro, en un bote. Nunca la leí, aunque sí recuerdo su fama como una obra maestra de la literatura de humor.
“Tres inválidos. Sufrimientos de George y Harris. Víctima de ciento siete enfermedades hepáticas infantiles. Acordamos que sufrimos de exceso de trabajo y necesitamos descanso. ¿Una semana en el mar proceloso> George sugiere el río. Montmorency presenta una objeción. Moción original aprobada por mayoría de tres a uno.
Éramos cuatro: George, William Samuel Harris, Montmorency y yo. Estábamos sensatos en mi habitación, fumando y charlando sobre lo malos que nos encontrábamos…malos desde el punto de vista médico, naturalmente”.
Jerome, J. Tres hombres en una barca. Cántaro Ediciones, 2003.
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Martha Cecilia Rivera, Chicago, Abril 2014