LAS PASIONES

Las palabras son como trampas para hacer que aparezcan los sentimientos del escritor y los reflejen ante sus propios ojos, dice Sartre. Cada palabra del escritor le da forma y nombre a sus propios sentimientos. El escritor los atribuye a un personaje imaginario quien tiene que vivirlos de ahi en adelante como si fueran pasiones prestadas.

No puedo evitar preguntarme si mis personajes viven pasiones que tomaron prestadas de mi propio ser, o por el contrario soy yo como escritor quien toma prestadas las pasiones que he inventado en ellos para contruir sobre esa base mis ficciones.

La pregunta no tiene el sentido inútil de qué fue primero, si el huevo o la gallina. Por el contrario, tiene una implicación muy práctica y muy directa para el proceso de escribir una novela. Para empezar a escribir una novela es necesario tener una historia, un carácter o una pasión en mente. Esto quiere decir, a mi modo de ver, que hay tres puntos de partida principales para empezar a escribir una novela: un evento, un personaje o la historia de un sentimiento.

Me parece que tener un evento en mente es la forma más común, y quizás la más fácil de empezar a escribir una novela. Se trata de narrar algo que entraña un conflicto, y para hacerlo se inventan los personajes o se roban del mundo real y se los disfraza hasta que parecen inventos. Parte de ese disfraz son las emociones y sentimientos que se les atribuyen y que determinan sus reacciones y comportamientos, los cuales a su vez van configurando los pasajes o capítulos de la novela. Las ideas y pensamientos del personaje, sus relaciones con otros personajes y sus contextos, contribuyen a dar forma a la trama hasta que se desemboca en un desenlace.

Un segundo punto de partida puede ser un personaje, alguien real o ficticio tan singular que amerita inventarle una historia para exhibirlo. Esta idea como coienzo de una novela representa para el escitor el reto de inventarle a ese personaje un conflicto principal a través del cual sea posible mostrar esos rasgos peculiares. Sus interacciones y sus contextos podrían resultar un poco más fáciles de descubrir y de plasmar que el conflicto, mientras que el desenlace debería ser el momento cumbre donde la peculiaridad del personaje aparece como el verdadero protagonista.

Un tercer punto de partida, una pasión, es el que ofrece a mi modo de ver las mejores posibilidades de crear algo distinto, algo que trascienda y permanezca. Me refiero a exhibir por ejemplo el odio, o la lujuria, o la codicia, y para ello habría que inventar el evento conflictivo, el personaje, el contexto y todos los demas elementos necesarios dentro de una novela. El resultado de empezar por la pasión, creo yo, debería ser una novela cargada de intensidad, de esas que no te dejan respirar ni te dejan dejarla. Después de todo, de eso se trata la pasión humana.

El lector no necesariamente reconocerá, cuando lea la novela, si su punto de partida fue un evento, un personaje o una pasión porque en cualquiera de los tres casos la novela se asume que tendrá todos los elementos que le son propios. Sin embargo creo que vale la pena preguntarnos si nuestra próxima novela podría tener un punto de partida distinto de un evento y explorar hasta donde se llegaría.

Volviendo a Sartre, mi experiencia de escribir y escribir frases y frases una y mil veces hasta que encuentro qué es lo que me quiere decir mi personaje me lleva a decir que sí, que las palabras son trampas para capturar los sentimientos y exhibirlos. Lo que nunca tiene una sóla respuesta es, en realidad, es de quién son esos sentimientos, si míos o del personaje.