“De igual forma confundía el gozo de vivir con el de comer. No era fácil para una persona que conoció la vida a través de la cocina entender el mundo exterior. Ese gigantesco mundo que empezaba de la puerta de la cocina hacia el interior de la casa, porque el que colindaba con la puerta trasera de la cocina y que daba al patio, a la huerta, a la hortaliza, sí le pertenecía por completo, lo dominaba. Todo lo contrario de sus hermanas, a quienes este mundo les atemorizaba y encontraban lleno de peligros incógnitos. Les parecían absurdos y arriesgados los juegos dentro de la cocina, sin embargo un día Tita las convenció de que era un espectáculo asombroso el ver cómo bailaban las gotas de agua al caer sobre el comal bien caliente”.
“Para esto, lo más conveniente era buscar en su memoria algún momento de enorme felicidad y revivirlo mientras cantaba. Cerró los ojos y empezó a cantar un vals que decía: «Soy feliz desde que te vi, te entregué mi amor y mi alma perdí…». A su mente acudieron presurosas las imágenes de su primer encuentro con Pedro en el cuarto obscuro. La pasión con que Pedro la había despojado de sus ropas, provocando que bajo su piel la carne se abrasara al entrar en contacto con esas manos incandescentes. La sangre bullía bajo sus venas. El corazón lanzaba borbotones de pasión. Poco a poco el frenesí había ido cediendo y dando paso a una ternura infinita que logró aplacar sus agitadas almas”.
(Como agua para chocolate. Laura Esquivel, Random House, NY, 1989)
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Martha Cecilia Rivera, Chicago, Octubre 2013