“Supe que había sucedido algo irreparable en el momento en que un hombre me abrió la puerta de esa habitación de hotel y vi a mi mujer al fondo, mirando por la ventana de una extraña manera. Fue a mi regreso de un viaje corto, sólo cuatro días por razones de trabajo, dice Aguilar, y asegura que al partir la dejó bien, Cuando me fui no le pasaba nada raro, o al menos nada fuera de lo habitual, ciertamente nada que anunciara lo que iba a sucederle durante mi ausencia, salvo sus propias premoniciones, claro está, pero que iba Aguilar a creerle si Agustina, su mujer, siempre anda pronosticando calamidades, él ha tratado por todos los medios de hacerla entrar en razón pero ella no da su brazo a torcer e insiste en que desde pequeña tiene lo que llama un don de los ojos, o visión de lo venidero, y sólo Dios sabe, dice Aguilar, lo que eso ha trastornado nuestras vidas”.
“Dice Aguilar que Agustina empezó a moverse por todos lados sin ser invitada, entraba y salía de las habitaciones de los muchachos a unas velocidades exasperantes, a Aguilar le dio un vuelco el corazón cuando comprendió que en unos segundos Agustina entraría al cuarto de Maria Helena y lo encontraría allí, recién bañado y a medio vestir, En un principio tuve un impulso de amante clandestino de película barata y fue esconderme debajo de la cama pero enseguida me vino un pálpito; lo que inicialmente fue sobresalto y pánico ante la idea de que Agustina me descubriera se convirtió para mí en la absoluta felicidad de ese pálpito, en la sonrisa de oreja a oreja que debió pintarse en mi cara, cuando así de rayo comprendí lo que estaba sucediendo, Agustina me está buscando, pensé, Agustina ha venido hasta acá para recuperarme…”
(Delirio. Laura Restrepo. Alfaguara 2004)
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Martha Cecilia Rivera, Chicago, Octubre 2013