Los Asesinatos de la Rue Morgue, de Edgar Allan Poe, es una historia que comienza con una reflexión personal del autor acerca de la capacidad analítica y las facultades mentales que entran en juego en el ajedrez, entre otros, tan detallada que a primera vista parecería más bien un ensayo. Para discutir el tema, el autor emplea 1,230 palabras (en español), a través de cuatro páginas, antes de siquiera enunciar que va a narrar una historia. He aquí un fragmento:
“Las condiciones mentales que suelen considerarse como analíticas son, en sí mismas, poco susceptibles de análisis. Las consideramos tan sólo por sus efectos. De ellas sabemos, entre otras cosas, que son siempre, para el que las posee, cuando se poseen en grado extraordinario, una fuente de vivísimos goces. Del mismo modo que el hombre fuerte disfruta con su habilidad física, deleitándose en ciertos ejercicios que ponen sus músculos en acción, el analista goza con esa actividad intelectual que se ejerce en el hecho de desentrañar. Consigue satisfacción hasta de las más triviales ocupaciones que ponen en juego su talento. Se desvive por los enigmas, acertijos y jeroglíficos, y en cada una de las soluciones muestra un sentido de agudeza que parece al vulgo una penetración sobrenatural”.
Creo que difícilmente un escritor de nuestros días se atrevería a comenzar su obra con una exposición de sus reflexiones personales tan extensa, porque corre el riesgo de conseguir que nadie lea la obra. Sin embargo, la reflexión es uno de los componentes más importantes de lo que lleva al escritor a escribir. Son nuestras miradas especiales de las cosas que vemos a nuestro alrededor, nuestras reflexiones e imaginaciones sobre los acontecimientos (que creemos únicas o que comprometen nuestros sentimientos hasta que expresarlos se convierte en una necesidad interna), lo que en últimas nos mueve a escribir, y lo que determina la diferencia entre la obra de un escritor y la obra de cualquier otro. También son esas reflexiones lo que diferencia, en forma absoluta y definitiva, la buena literatura de la ficción tipo bestseller escrita con base en fórmulas.
A no ser que el escritor se arriesgue a incluir directamente las reflexiones personales en medio de su novela al estilo de Poe, lo cual a mi modo de ver tiene más potencial de ser un acto suicida que uno heroico, incorporarlas entreveradas en la historia es una tarea muy pero muy difícil. Para mí ha sido siempre uno de los momentos de mayor angustia dentro de mi proceso creativo. Después de haber mostrado a lo largo de esta semana como Hugo Mojica incorpora las suyas dentro de su poesía, y como Saramago las transforma en ideas absurdas que fue lo que dieron vida a sus novelas, me pregunto qué dicen al respecto otros gigantes autores. Viene a mi mente que Kundera, por ejemplo, ofreció alguna vez una indicación muy precisa de cuáles eran las circunstancias bajo las cuáles se permitía expresar sus propias reflexiones en lugar de ponerlas en boca de sus personajes. Tema para mañana.