Convertir un cuento corto en una novela también es un asunto de introducir momentos (no eventos) que le dan a relato, a los personajes y a los sucesos, al mismo tiempo aire y sustancia. Me refiero a pasajes breves sin los cuales la historia podría vivir pero que al introducirlos generan una conexión entre el escritor y el lector a un nivel emocional que es más profundo que el interés que pueda despertar la trama. No estoy hablando de alargar el relato con anécdotas inconexas que ocupan páginas y páginas y crean la impression de que el escritor perdió el rumbo de su historia o que nunca lo tuvo. Más bien, se trata de incluir pasajes con los cuáles el lector pueda sentirse emocionalmente involucrado.
Un ejemplo que viene a mi mente es un pasaje de “Hombre Lento” de Coetze, Premio Nobel 2003. En este pasaje el protagonista, Paul Rayment, se encuentra en una cama hospital escuchando de labios de su doctor que va a ser necesario amputarle una pierna. Súbitamente el doctor se acerca y acaricia su mejilla con los dedos, con el mismo gesto de ternura que tendría una madre con su hijo o que ocurriría entre una pareja de amantes. Es, definitivamente, un momento especial y emocional inesperado, que agrega textura y vida a la historia.
Hace poco escuché narrar a uno de los más respetados “screenwriters” del momento, Andrew Stanton, como un hecho de su infancia dió el tono emocional que se buscaba para la producción de “Finding Nemo” y evolucionó la historia hasta convertirse en lo que ha sido, un relato que impactó a todos los públicos. Habiendo Andrew Stanton sido un bebé que nació prematuramente, sus padres lucharon por varios meses en el hospital para salvarle la vida. Eso inspiró uno de los primeros momentos de la película, ése donde el padre de Nemo le promete a su hijo (aún no nacido y por consiguiente todavía dentro de un huevo), que hará todo lo necesario para salvarlo.
A ese tipo de momentos es a los que me refiero.
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