METÁFORAS

Parafraseando, se dice entre escritores y poetas que quienquiera que se sienta por completo libre de influencias provenientes de otros autores, que arroje la primera… metáfora. ¡Cómo si fuera así de fácil! La verdad es que no me atrevo a decir qué resulta, en la práctica, más difícil, si crear una metáfora totalmente nueva o encontrar una que no esté ya del todo gastada.
“Sus pupilas como luceros”, por ejemplo, es algo tan viejo y tan usado que huele a rancio (¡también esta comparación!). Sin embargo, es el tipo de metáfora que viene a la mente en forma espontánea cuando se escribe la primera versión del párrafo o el verso, precisamente porque a fuerza de ser repetida ya casi que forma parte del lenguaje cotidiano general inclusive entre aquellas personas que no tienen una pretensión literaria. Creo que este tipo de expresiones metafóricas excesivamente usadas (otros buenos ejemplos serían “quedé a la deriva”, y “me caí de la nube”), afectan tan negativamente la calidad de la obra literaria que sería preferible no utilizar ninguna metáfora en absoluto. La razón de esto es precisamente que se encontrarán en las conversaciones cotidianas, en los diarios íntimos de las adolescentes, en las letras de las rancheras y hasta en los grafitis de los muros o de Twitter.
Uno de los principales retos para el escritor, entonces, está en reemplazar la metáfora gastada por una nueva. Pero… ¿Que otras comparaciones podrían utilizarse para significar el brillo de las pupilas? ¿Refulgentes como estrellas? ¿Luminosos como…qué?
Algo que vale la pena tener en cuenta es que la metáfora es solo uno de los varios recursos literarios que están basados en comparaciones. No toda comparación es una metáfora, si bien por definición toda metáfora está basada en una comparación (implícita o explícita). Más estrictamente, la metáfora es la figura retórica en la cual se utiliza una expresión en un sentido diferente al habitual, para designar otro sentido con el cual existe una relación de semejanza. El sentido habitual de “lucero” es “astro brillante”, y la metáfora aparece cuando se emplea la palabra lucero para referirse a algo que también brilla, las pupilas. En esta metáfora, la comparación implícita en entre el brillo del lucero y el de la pupila. Se considera que una metáfora es impura cuando la comparación se expresa directamente (“sus pupilas como luceros”), y pura cuando no se expresa “quedé a la deriva”.
Hay una serie de preguntas que me han ayudado a intentar metáforas nuevas:
1. ¿Cuál es el atributo o significado específico que quiero expresar metafóricamente? La respuesta sería “brillantes (ojo al plural)” en el caso de las pupilas y los luceros
2. ¿Qué otra expresión ajena a este contexto significa lo mismo? En el caso del brillo de las pupilas debo preguntarme qué otros objeto también son brillantes (por sí mismos). La respuesta incluye las piedras preciosas (“refulgentes como diamantes, sus ojos…”) y las bombillas encendidas (su brillo se apagó cuando entornó los párpados”)
3. ¿Se percibe natural, lógico que se una expresión ocupe el lugar de la otra?
4. ¿Se enriquece realmente el texto con el reemplazo de una expresión con la otra?
5. ¿Cómo lo diría sin una metáfora, es decir, cómo lo describiría sin acudir a una segunda expresión tomada de otro contexto?
Encontrar una metáfora nueva no es nada fácil, pero vale la pena intentarlo. Creo genuinamente que aún en las ocasiones en las que el intento por encontrar metáforas nuevas fracase, (la mayoría, para ser honestos), el ejercicio en sí mismo brinda una oportunidad de generar algunas veces algo realmente nuevo, mientras que se ejercita todavía más la imaginación, columna vertebral de nuestro trabajo creativo.
En las siguientes notas examinaré algunas otras figuras retóricas.