El manejo de lo colectivo es otra de las varias virtudes de De Zorros y Erizos. No parecen ser muy frecuentes los autores que consiguen hacer de una comunidad el gran personaje, desprendiéndose de moldes narrativos más convencionales en donde cautivar el interés por medio de un protagonista intenso resulta por lo general más fácil. Juan Rulfo y Camilo José Cela son dos de esos autores y su influencia se presiente en esta novela en donde el “nosotros” es algo que se respira. Raúl Dorantes logra entretejer la aparición de cada personaje y la concatenación de sus situaciones de una manera que lleva al lector a sentir al grupo como a una identidad en sí misma y separada de las identidades individuales, con una fuerza que alcanza para desplazarlas. Una vez más, se trata aquí de la identidad del inmigrante, del anónimo individuo que deja su tierra originaria y debido a eso empieza a compartir con los otros inmigrantes el hecho de haberse transformado en alguien raro. Dorantes nos regala aquí una metáfora muy profunda, en donde el hecho de que Xul se proclame un hechicero reencarnado, o que Mauricio se haga pasar por muerto para jugar una broma, o que Jacobo continúe ejerciendo como un reportero aún después de haber fallecido, son en realidad imágenes literarias, en el sentido estricto, que representan esa sensación perniciosa y errabunda en todos los inmigrantes, de no ser ya más quien se era y de no lograr tampoco nunca ser del todo quién se es ahora. Esto es precisamente lo que hace que lo colectivo robe para sí el papel más importante en la novela. Porque la fuerza de lo común que atraviesa a todos los personajes está cimentada en incertidumbres y angustias, proyectos y esperanzas tan fundamentales que modifican sus respectivas individualidades hasta que lo único que les queda reconocible es lo compartido entre todos, es decir, el hecho de ser inmigrantes.
La intriga principal en De Zorros y Erizos, la pregunta por quién inaugurará un nuevo cementerio que todavía no existe porque lo único que se requiere para que cobre existencia es precisamente un primer muerto, en sí misma es una fábula profunda, cínica quizás y en todo caso desgarrada. Nos habla de un fatalismo que viene y va, en el ser interior del inmigrante, para quien a veces la esperanza presta humor y fiesta mientras que otras veces la profundidad del desarraigo y el encarnizamiento de la batalla por la supervivencia diaria, les insinúan como posibilidad esa renuncia definitiva que siempre se teme.
A un nivel más superficial, la cotidianidad que recrea el autor para los personajes de De Zorros y Erizos, las calles con sus huecos, las pieles tatuadas, el calor que derrite, son todos elementos con afincamiento bien definido en la realidad, que constituyen en cierto modo una respuesta a las preguntas que se hacen quizá aquellos a quienes los inmigrantes han dejado allá atrás, en la tierra originaria, acerca de qué se siente, qué duele y con qué se ríe en la nueva patria, y que nunca se responderán porque la respuesta se diluye, cuando y si el re-encuentro ocurre, en compartir el instante presente de modo que lo que ya sucedió se queda atrás en el olvido. Lo más grave, saben los inmigrantes de De Zorros y Erizos, es que eso que se diluyó con el tiempo los hizo distintos, me niego a decir extraños, a su propio arraigo, y que los convirtió como a los inmigrantes reales en eso que las ciencias sociales llaman adaptados, (o aculturados) eso mismo que la Condolesa se resiste a ser con su manía de seguir utilizando el sustantivo bombachas. Todos estos componentes de la novela, me atrevo a predecir, harán que los lectores inmigrantes se contagien de nostalgias y extrañamientos, quizás hasta experimenten el impulso de llamar a la casa. También ahí la novela gana trascendencia en el tiempo y en la geografía porque es un testimonio. Estoy hablando de literatura de compromiso y ya hemos conocido a Raúl Dorantes también desde hace tiempo como un escritor comprometido con la inmigración y el dolor de patria. Toda colectividad humana arrastra sus propias batallas, y las de los inmigrantes también desangran, nos sugiere el autor, en la vida real tanto como en esta comunidad de fábula con su indiscutible realismo.
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Martha Cecilia Rivera, Chicago, Agosto 2013