TRES MUJERES Y UNA SOLA CULPA EN ‘LA VORÁGINE’

Voy a referirme esta noche a un descubrimiento que me ronda con respecto a La Vorágine. Y es que en La Vorágine, la mujer aparece tipificada como una gran culpable. Quizás esa sea una frase que suene a cajón, las mujeres siempre tienen la culpa, eso es lo que se piensa en algunas sociedades y en todas se ha pensado en algún momento de la historia, Sin embargo, en La Vorágine el tema de que las mujeres son culpables es tratado con tal maestría, y de una forma tan sutil, que no destaca a primera vista. La selva, las caucheras, las aventuras de los hombres y sus decisiones se roban el protagonismo, mientras que en La Vorágine José Eustasio Rivera hace, sin que parezca notarse a simple vista, debo decir, en primera lectura, una reafirmación de la idea de que las mujeres son las grandes culpables.

¿De qué son culpables los tres personajes femeninos más importantes de La Vorágine?

De llevar a los hombres a perder la vida. 

Consideremos los tres personajes femeninos que destacan en La Vorágine: Alicia, también llamada la señora, la niña Griselda, también llamada la patrona, y Zorayda Airam, la turca, también llamada Su Señoría, y la madona.

Alicia.

Con respecto a Alicia una primera anotación es que se trata de un personaje que huye de su futuro. En La Vorágine, Alicia es una persona destinada a casarse por dinero con un hombre rico que le han escogido sus familiares, y para evitarlo termina, sin mucha voluntad ni convicción en esa aventura que acaba con su vida.

Del pasado de Alicia solo se sabe que era una señorita rica, que escapa hacia la selva con un escritor muerto de hambre, sin ningún plan, sin un futuro y sin promesas de matrimonio.

No deja de llamarme la atención el hecho de que Alicia no tiene un apellido. Es sencillamente a secas, Alicia. Aunque son varios los personajes de la novela que no tienen apellido, esa falta de apellido en Alicia es peculiar porque la novela fue escrita en una época en que el ser adinerado se asociaba con tener apellidos, muchas veces rimbombantes.

De haber atribuido a Alicia unos apellidos, quizás José Eustasio Rivera hubiera plasmado de manera todavía más clara la diferencia social entre ella y Arturo Cova, pero no lo hace. Alicia queda como Alicia a secas, un nombre que podría evocar limpieza, frescura, ausencia de oscuridades, si se tiene en cuenta que el nombre de Alicia en la mitología griega significaba “veracidad”.

¿Encarnaba Alicia una verdad tremenda? Su transcurrir en la novela no nos permite afirmarlo ni negarlo, a menos que su tremenda verdad sea que José Eustasio la culpa por el destino de Arturo Cova, como intento mostrarles en esta charla.

Sin embargo, aunque sin apellido, Alicia sí aparece como una mujer refinada, pulida, una señorita de clase alta bogotana. Ese refinamiento se refleja en sus actitudes y sus frases, y sobre todo en la especie de reverencia que despierta en otro de los personajes femeninos principales de la novela, la niña Griselda.

Desde el momento en que Alicia se encuentra con la niña Griselda, ella la cuidará, le enseñará y le servirá con esa actitud de quien reconoce a alguien que está en una posición social más elevada y está necesitado de su ayuda. La verdad es que nadie podría necesitar tanto la protección que pueda ofrecer alguien como Griselda, como una señorita de la gran ciudad que de pronto se ve inmersa en una gran aventura en medio de la vorágine de la selva y de la mano de alguien que la trata como si no sintiera ningún amor por ella.

Alicia empieza su aventura al lado de Arturo Cova a sabiendas de que la relación entre los dos no es una relación de amor. Ella afirma en forma categórica en las primeras páginas que no lo ha querido nunca, y también desde esos primeros momentos ya le recrimina a Arturo, entre llantos, el estar cansándose de ella.

¿Es eso un signo de que está enamorada de él, o empieza a estarlo? Yo diría que no, aunque son varios los momentos en los que en la novela se muestra que Alicia es celosa y resiente los avances de Arturo hacia otras mujeres.

Es más, es el coraje que le produjo a Alicia el enterarse de los escarceos de Arturo con la prostituta Clarita, lo que la lleva a unirse al grupo de los reclutados por Barrera junto con Griselda, a pesar de que ya sabía que estaba esperando un hijo. Pero no nos adelantemos.

Si Alicia no está enamorada de Arturo, sin embargo, sí lo necesita desesperadamente. No tiene a nadie más en el mundo. Hay quien confunde necesitar a una persona con amarla, y ese es un gran peligro.

Si el amor y la necesidad son una misma cosa, entonces hay que preguntarse… ¿qué es lo que queda cuando la necesidad ya se satisface? También habría que preguntarse si no satisfacer la necesidad sería la forma de hacer que el amor sea inacabable.

Bueno, volvamos al tema principal.    

Además de no querer a Arturo, Alicia le teme a la aventura que están comenzando; Alicia aparece como un personaje que quizás intuye la desgracia que le sobrevendrá de ese viaje, y desde el primer momento, cuando se encuentran con el Pipa y comienza la conversación acerca de irse para el Casanare, Alicia le pregunta al Pipa si ha vivido en esa tierra. Esa es una pregunta que ella formula con tanto temor en sus ojos que Arturo le prohíbe al Pipa hablar sobre el tema delante de ella.

Es en ese momento cuando Arturo reconoce lo incierto de todo lo que está ocurriendo en sus vidas.

Parecería que en el momento cuando Arturo prohíbe al Pipa mencionar el viaje a Casanare delante de Alicia, los dos, Arturo y Alicia, todavía tenían una oportunidad de no adentrarse en su propia tragedia.

Sin embargo, cada uno es movido a seguirla por un sentido de lo inevitable, diferente pero igualmente determinativo.

Me he preguntado obsesivamente en mis novelas si el destino está allí, para que estiremos la mano y lo alcancemos, o lo construimos a medida que andamos. Esa es mi gran obsesión novelística, y en La Vorágine me encuentro con que en este momento Alicia y Arturo se enfrentan exactamente al dilema de definir el rumbo de sus vidas, o de aceptarlo, esa es la gran pregunta, desde circunstancias de vida distintas.

Alicia ya se ha entregado a Arturo y se ha escapado con él, y ya no puede regresar a su vida de señorita “buena”, recordemos que estamos hablando de la sociedad de 1924.  Arturo por su parte, ha dado tantos tumbos en su vida que uno más quizás ni siquiera cuenta como una posibilidad de cambiar su derrotero, ahora que, según él mismo dice, “ya los ojos de Alicia le trajeron la desventura”.

Aquí me he preguntado siempre, si, igual que Stephen Dédalus el personaje de James Joyce, ambos sentían que sus propias historias eran una pesadilla de la que trataban de despertarse. Si eso es así, la forma que escogieron Alicia y Arturo para despertar de esas pesadillas que son sus vidas, fue adentrarse juntos como pareja, aunque sin amor, en una aventura que no deseaban hacia un lugar al que temían, lo que a todas luces no parece una buena forma de despertarse de una pesadilla.

“La adversidad es una sola”, le dice Arturo a Alicia en algún momento, “Y nosotros seremos dos”.

Tan pronto llegan a Casanare, la pampa embruja a Alicia. Aquí ella aparece como una niña deslumbrada por lo que ve, frenética de alegría por el sol, por las nubes y los venados, aunque ahora aterrorizada por las abejas. Está huyendo Alicia de un destino que no quiere, pero sigue adelante adentrándose en otro destino que tampoco la convence. Mientras tanto, Arturo, que no es un principiante, descubre el embarazo de Alicia antes que ella misma, y de nuevo se nos presenta como un hombre que no ama.

Hasta aquí tenemos a un Arturo Cova que se dice a sí mismo que es su caballerosidad, su sentido del deber, lo que lo mantiene unido a Alicia. Sin embargo, unas páginas más adelante Arturo se sueña que se va detrás de Alicia cuando ella va hacia donde está Barrera, y en una de esas sorpresas oníricas que recuerdan a las peripecias aristotélicas donde el destino cambia por completo de curso, ella se convierte dentro del sueño en una planta de caucho desde donde brota, a gotas, la goma mientras que ella le pregunta por qué la desangra.

¿Empiezan a cambiar los sentimientos de Arturo por Alicia, o es solo su caballerosidad tal y como él afirma, o hay algo más?

Y si hay algo más, ¿es eso lo que convierte a Alicia en la culpable de que Arturo se pierda para siempre en la selva?

Parece que sí hay mucho más, cuando Arturo ve por primera vez a Barrera llegar a La Maporita acompañado por Alicia y la niña Griselda.

Como recordarán, más adelante ellas dirán que vieron que alguien llegaba y salieron a ver de quién se trataba; además los tres, Barrera y las dos mujeres van a sostener que no se conocían, pero Barrera le regala un perfume a Alicia, que poco después Arturo estrella contra el piso. Yo no sé si algunos de ustedes ven aquí a un hombre ya enamorado. Yo no. Yo todavía veo a un varón ofendido en su orgullo porque otro mira a la que él no quiere, pero sobre quien quiere reafirmar su supremacía.

Arturo empieza sus avances seductores hacia la niña Griselda, mientras los personajes que pertenecen a La Maporita se suceden con todo y sus circunstancias individuales, y entre todo eso, Alicia solo tiene para Arturo indiferencia.

Ahí es cuando Arturo empieza a reconocerse enamorado de Alicia, y en este sentido el autor no solo no está introduciendo nada que sea nuevo dentro de la historia de las historias, sino que acude a otra idea que es muy fuerte dentro del imaginario colectivo sobre lo romántico, la del enamorado que se convirtió en eso, un enamorado, debido a la indiferencia del objeto de su amor.

Ese es un lugar común que también el autor repite en el caso de Fidel Franco, quien más tarde se enloquecerá hasta incendiar La Maporita cuando se entera de que Griselda también se fue con Barrera. Una vez más, José Eustasio Rivera nos está contando historias que ya han sido oídas, pero su maravillosa prosa lírica, y sobre todo la fuerza arrolladora de ese personaje singular que es la selva, parecen llevarse por delante esta parte de ambas historias.

El caso es que ese enamoramiento de Arturo llega al punto en que lo pone a soñar despierto en un futuro con ella, con hijos y vida de familia hecha de esas que hacen rabiar de envidia a los amigos.

Y, con cliché o sin eso, es ahora cuando la culpa de Alicia en la desgracia de Arturo se empieza a delinear dentro de la novela de una manera lenta, sutil, imperceptible, pero imparable.

Un momento especial es cuando Arturo deja que lo dominen los celos de Barrera. Sospecha que Barrera se está viendo con Alicia, o con Alicia y Griselda al mismo tiempo, y tal y cómo él mismo afirma, “… !para no estallar en sollozos me mordía las manos!”

Arturo abandona a Alicia en La Maporita, se enreda en una aventura con la prostituta Clarita mientras sigue atormentado por los celos de pensar que quizás Alicia le haya sido infiel con Barrera, y sin embargo no interrumpe ninguna de sus andanzas ni se devuelve a buscarla, a pesar de que no deja de pensarla.

Son muchos los momentos en los que Arturo, como cualquier persona enamorada que sufre por la distancia, inventa escenarios de reconciliación, de cercanía, de retorno con Alicia, pero ninguno de ellos agrega mucho al “axioma”, ya establecido por Rivera a esta altura de su obra, de que Arturo Cova está perdidamente enamorado en Alicia.

Lo que sí agregan esos momentos, y ese es una de las grandezas La Vorágine, son arrebatos de experiencias líricas profundas, hermosas y contagiosas, que por camuflarse entre una historia desesperada parecen brillar todavía con más fuerza.

Sin embargo, cuando Arturo regresa a La Maporita al cabo de sus andanzas, sus bravuconadas, sus traiciones, ni siquiera con la intención expresa de buscarla sino a raíz del funeral de un tercero, Alicia no se encuentra esperándolo. Se ha ido con Griselda y el grupo de caucheros que Barrera ha venido reclutando todo ese tiempo para esclavizarlos y explotarlos, como se sabrá mucho después en la historia.

Y es el furor de esto lo que enloquece a Arturo Cova.

Más tarde se dice en la novela que lo enloqueció la selva. Sin embargo, a veces cuando pienso en esta historia no puedo dejar de preguntarme que tan legítimo resulta culpar a la selva por su embrujo, y no a la traición de Arturo a sus propios sentimientos porque … ¿cómo esperaba Arturo que la situación evolucionara en una forma diferente?

Le demostró a Alicia de todas las formas posibles que no la quería; la traicionó cuántas veces y con cuántas mujeres pudo; la dejó abandonada a su suerte en un lugar que nunca fue de ella, rodeada de personas que no conocía, embarazada, en un medio hostil y endurecido, a ella, que era una fina señorita bogotana sin habilidades para la supervivencia… ¿qué esperaba que Alicia hiciera?

Yo diría que ella solo hizo lo único que pudo.

Y al hacerlo, sí, determinó que el camino de Arturo ya no tuviera reverso. Ya no pudo Arturo Cova hacer nada distinto de seguir andando selva adentro hasta encontrar a Alicia, la mujer que además de todo llevaba en el vientre a su hijo.

Todo lo demás que sucede con Arturo en la novela tiene nombre propio, Alicia. La búsqueda que emprende Arturo es una búsqueda que se viste a veces de añoranza; otras veces, muchas, de venganza; inclusive algunas otras veces de esfuerzos para olvidarla cuando todos los demás de la cuadrilla evitan mencionarla y sin embargo él lleva su nombre por dentro con la actitud de un vencido.

Seguir buscándola es ya para Arturo Cova, un destino que no tiene remedio. Y en pos de ese destino, perderá su vida. Esa es la gran culpa de Alicia, según la novela.

Griselda.

Hablemos ahora de otra mujer que aparece como la culpable de que un hombre pierda su vida por ella. Me refiero a Griselda.

“La niña Griselda era una mujer morena y de aspecto fornido”, reza el texto. Por esas características físicas, por el hecho de vivir como dueña en un rancho a la entrada misma de la selva, administrándolo en ausencia de su esposo Fidel Franco, y sobre todo por el carácter frentero que revela en sus diálogos, podría ser considerada la antítesis de Alicia.

Si Alicia es una bogotana rica que lleva zarcillos de diamantes, Griselda es esa mujer que, sin conocerla, apenas al verlos le pregunta delante de todos si esos diamantes son reales. También es una mujer que no muestra ni indecencia ni recato, su corpiño desabrochado en el primer momento en que aparece en la novela tan solo sugiere que viene de tomar un baño.

Se ríe y conversa con frecuencia, continúa el texto. Aquí se aprecia en Griselda una sinceridad brutal que no deja duda sobre quién lleva las riendas. Para no ir más lejos cuando Arturo Cova le dice que él y Alicia dormirán en la enramada para desocuparles la habitación de Fidel Franco que recién ha llegado, Griselda le contesta que él no es quien para tomar decisiones en su casa.

Con el tiempo Griselda se convierte en la amiga y modelo de vida para Alicia, lo que explicará en gran parte su influencia sobre ella.

Para cuando Griselda aparece en la historia, ya ella ha tomado la decisión de irse con el grupo que se llevará Barrera. Esa no es una decisión solo suya. Es una decisión que ya casi todos los de los alrededores han tomado, de modo que quienes todavía no se han ido, están arreglando sus cosas para irse.

De ese modo presenta José Eustasio Rivera a Griselda como a un instrumento del destino de Alicia. Ya se sabía que Griselda se iría, la oleada de partidas en busca de la falacia de riqueza fácil gracias al caucho ya estaba en marcha, y a esa oleada, encarnada en la niña Griselda, llegaron Alicia y Arturo, y es Griselda quién, según Rivera, se lleva a Alicia para la cauchería.

De manera semejante a lo que ocurre con Alicia, en “La Vorágine” Griselda aparece como la culpable en la desgracia de su compañero de vida, el esposo Fidel Franco. Esa desgracia consiste en que también Franco decide emprender el camino de la selva para ser devorado por ella. Fidel Franco también perderá su vida en esa selva inhóspita, si hemos de asumir que esa última frase de la novela, por completo apocalíptica, “¡los devoró la selva!” significa que todos han muerto. 

Recordemos por un momento de qué huía Fidel Franco para necesitar enterrarse él también en esa selva devoradora. Ya sabemos que Arturo Cova se adentra en la selva en busca de venganza por la traición de la mujer de quién se ha enamorado, la madre de su hijo aún no nacido.

Pero…, ¿cuál es el motivo de Fidel Franco?

Una primera respuesta que nos da La Vorágine es que Franco era un teniente del ejército que había asesinado a su capitán de dos puñaladas por haber intentado propasarse con Griselda. Eso lo relata la mulata Sebastiana a Arturo Cova

y con esa sucinta frase es que se establece en la novela cuál es la necesidad de redención de Fidel Franco.

Es en ese momento temprano de la novela cuando se aprecia que Griselda es la causa por la que Fidel Franco ya no es el militar de carrera que fue, un teniente. Después de todo, él asesinó a su capitán de dos puñaladas por ella.

“La verdad tiene un solo traje y un único camino”, escribe el célebre Roberto Musil en ‘El hombre sin atributos’, “y acarrea siempre desventaja”.

Y la verdad de la niña Griselda en La Vorágine es que fue ella quien en realidad asesinó al capitán abusivo, tal y como lo revela el autor en la segunda parte de la novela, en boca del propio Fidel Franco.

Con esa revelación confirma la culpa de Griselda en el destino de Fidel Franco. Y digo que la confirma, porque a diferencia de lo que ocurre con Alicia, cuya culpa se va develando de a pocos a medida que transcurre la historia, la de Griselda aparece de forma contundente e inmediata en La Vorágine y cualquier desarrollo posterior de la trama sólo agrega detalles.

Veamos ahora rápidamente lo que sucede con la tercera gran culpable de la desgracia de un hombre en La Vorágine, la turca Zorayda Airam.

Zorayda Airam.

Zorayda Airam, la madona, quien aparece por primera vez en la novela en labios del viejo Clemente Silva, parecería estar destinada a convertirse en una mujer importante para Arturo Cova, o al menos en una amante irreprimible, una pasión de esas que siendo condena son al mismo tiempo un regalo.

La madona comercia con todo lo que pueda ser comerciable, es decir, con todo, sin escrúpulos y sin ningún móvil distinto a los comerciales. Explota caucheros, esclaviza indígenas, sostiene y repudia amantes, encarna de una manera u otra a una persona que pudiéramos llamar repulsiva.

En realidad, la madona es menos hábil de lo que ella misma cree en sus negocios y en la forma como conduce su vida, y también paga sus deudas morales de diversas formas dentro de la novela.

Algo más que tampoco es sorpresa en la forma como el autor concibe a este personaje, es en su origen doloroso, su pasado lleno de sufrimientos que Arturo Cova imagina caracterizado por la pobreza.

La madona es, en la novela, el prototipo del ser humano que se ha endurecido a fuerza de penalidades y frustraciones, y termina convirtiéndose en un bárbaro para con sus semejantes. “Torpeza en el amor y astucia en el lucro”, dice Arturo de ella.

Y, sin embargo, la madona toca una música que despierta las fibras más nobles, mejores, de los otros seres humanos.

Como recordarán, Arturo acaba por despreciarla con palabras de una fuerza perturbadora, la llama loba insaciable y perra cínica, y la acusa de oxidarle la virilidad, entre otras cosas.  

A todas luces, la madona es en La Vorágine un personaje femenino completamente diferente a las otras dos mujeres principales, Alicia y Griselda, y sin embargo comparte con ellas una misma culpa.

Y es que la madona también es responsable de que un hombre pierda su vida. Se trata de Luciano Silva, el hijo jovencito de Clemente Silva, quien se suicida de amor por ella.

Yo encuentro una semejanza en la forma directa y concisa como José Eustasio Rivera muestra la culpa de Griselda y de Zorayda, en contraposición a la culpa de Alicia, que muestra despacio y de modo sutil y progresivo. 

Reconozco que ninguna de las dos es el personaje femenino principal de la historia, siendo ambas, Griselda y Zorayda, dos personajes con una fuerza tremenda. Además, ambas parecen conservar la mayor parte del tiempo una voz y una acción propias, claras y definidas, a lo largo de toda la historia, mientras que Alicia es casi siempre vista solo a través de los ojos de Arturo Cova.

Este puede ser uno de los factores que dan cuenta del hecho de que la culpa de Alicia se presente oscurecida.

Otro factor es la diferencia de carácter que les atribuye el autor, una señorita bogotana de familia rica, a diferencia de dos mujeres fogueadas en la lumbre de la pobreza, la selva y la vida recia.

Sin embargo, y a pesar de las diferencias “morales” entre las tres mujeres, y de la forma diferente como el autor las trata en tanto personajes, las tres comparten, a los ojos de Rivera, la culpa de acarrear la desgracia de los hombres que las han amado.

Y no se trata de una desgracia cualquiera. No es que estas mujeres los hagan desdichados, ni que los arruinen financiera o socialmente. Es que los conducen a la muerte.

Esa es una culpa terrible.

Y el hecho de que Rivera la multiplique por tres en la historia, me lleva a preguntarme, si, como dicen con toda la razón del mundo Riquer y Valverde a propósito de La Vorágine, la obra es un arquetipo del tema tantas veces repetido del hombre vencido por la Naturaleza, no sería también posible una segunda lectura en la que La Vorágine también es arquetípica del tema del hombre destruido por la mujer que ama.

Hay otros dos personajes femeninos que me llevan a creer, sin más análisis que la respuesta es sí.

Una de ellas es Clarita, la prostituta, quien presuntamente fue la responsable de la muerte de Zubieta.

Y la otra, que aparece únicamente en una línea, es Marina, la amada de Ramiro el tímido, quién también supuestamente le arruinó la vida sin mayores detalles, aunque, dado que es el propio Ramiro quien está hablando de ella, está claro que no lo condujo a la muerte “todavía”.

No puedo dejar de preguntarme cuál pudo haber sido el motivo por el cuál Rivera culpabiliza de manera consistente a sus personajes femeninos por la suerte de sus personajes masculinos.

La pregunta, para mí, todavía está abierta.

Chicago, EE.UU., 2023