ULISES

James Joyce
Irlanda, 1882 – 1941

“Majestuoso, el orondo Buck Mulligan llegó por el hueco de la escalera, portando un cuenco lleno de espuma sobre el que un espejo y una navaja de afeitar se cruzaban. Un batín amarillo, desatado, se ondulaba delicadamente a su espalda en el aire apacible de la mañana. Elevó el cuenco y entonó:
-Introibo ad altare Dei.
Se detuvo, escudriñó la escalera oscura, sinuosa y llamó rudamente:
-¡Sube, Kinch! ¡Sube, desgraciado jesuita!
Solemnemente dio unos pasos al frente y se montó sobre la explanada redonda. Dio media vuelta y bendijo gravemente tres veces la torre, la tierra circundante y las montañas que amanecían. Luego, al darse cuenta de Stephen Dedalus, se inclinó hacia él y trazó rápidas cruces en el aire, barbotando y agitando la cabeza. Stephen Dedalus, molesto y adormilado, apoyó los brazos en el remate de la escalera y miró fríamente la cara agitada barbotante que lo bendecía, equina en extensión, y el pelo claro intonso, veteado y tintado como roble pálido.
Buck Mulligan espió un instante debajo del espejo y luego cubrió el cuenco esmeradamente.
-¡Al cuartel! dijo severamente.
Añadió con tono de predicador:
-Porque esto, Oh amadísimos, es la verdadera cristina: cuerpo y alma y sangre y clavos de Cristo. Música
lenta, por favor. Cierren los ojos, caballeros. Un momento. Un pequeño contratiempo con los corpúsculos blancos. Silencio, todos.
Escudriñó de soslayo las alturas y dio un largo, lento silbido de atención, luego quedó absorto unos momentos, los blancos dientes parejos resplandeciendo con centelleos de oro. Cnsóstomo. Dos fuertes silbidos penetrantes contestaron en la calma.
-Gracias, amigo, exclamó animadamente. Con esto es suficiente. Corta la corriente ¿quieres?
Saltó de la explanada y miró gravemente a su avizorador, recogiéndose alrededor de las piernas los pliegues sueltos del batín. La cara oronda sombreada y la adusta mandíbula ovalada recordaban a un prelado protector de las artes en la edad media. Una sonrisa placentera despuntó quedamente en sus labios.
-¡Menuda farsa! dijo alborozadamente. ¡Tu absurdo nombre, griego antiguo!
Señaló con el dedo en chanza amistosa y se dirigió al parapeto, riéndose para sí. Stephen Dedalus subió, le siguió desganadamente unos pasos y se sentó en el borde de la explanada, fijándose cómo reclinaba el espejo contra el parapeto, mojaba la brocha en el cuenco y se enjabonaba los cachetes y el cuello.
La voz alborozada de Buck Mulligan prosiguió:
-Mi nombre es absurdo también: Malachi Mulligan, dos dáctilos. Pero suena helénico ¿no? Ágil y fogoso
como el mismísimo buco. Tenemos que ir a Atenas. ¿Vendrás si consigo que la tía suelte veinte libras?”

GRACIAS POR LEER Y COMPARTIR MY BLOG: http://www.florentinoletters.com