KENZABURO OE
Japón, 1935
Premio Nobel de Literatura 1994
“Mientras miraba el mapa de África, desplegado en el escaparate como un ciervo altivo y elegante, Bird apenas consiguió reprimir un suspiro. Las dependientas no le prestaron atención. Tenían de carne de gallina la piel de sus cuellos y brazos. La tarde caía y la fiebre de comienzos del verano había abandonado el ambiente, al igual que la temperatura abandona a un gigante muerto. La gente parecía buscar en la penumbra del subconsciente el recuerdo del calor del mediodía, cuya ligera reminiscencia aún permanecía en la piel. Respiraban pesadamente y suspiraban de modo ambiguo. Junio, seis y media: ya nadie sudaba en la ciudad. Sin embargo, en ese momento la esposa de Bird rezumaba por todos los poros del cuerpo mientras gimoteaba de dolor, ansiedad y esperanza, desnuda y acostada en un colchón de caucho, con loso ojos cerrados como los de un faisán abatido del cielo por un disparo.
Estremecido, Bird miró con atención los detalles del mapa. El océano en torno de África estaba coloreado con el azul desgarrado de un amanecer invernal. Los paralelos y meridianos no eran líneas mecánicas trazadas a compás, sino gruesos trazos negros que evocaban, en su irregularidad y soltura, la sensibilidad del dibujante. El continente parecía el cráneo distorsionado de un hombre gigantesco que, con sus ojos melancólicos y entrecerrados, mirase hacia Australia, el país del koala, el ornitorrinco y el canguro. El África en miniatura que, en una esquina del mapa, mostraba la densidad de población, parecía una selva muerta en proceso de descomposición; la otra, que mostraba las vías de comunicación, parecía una cabeza despellejada con las venas y arterias al descubierto. Ambas Áfricas diminutas sugerían la idea de una muerte brutal, violenta”.
“Y como final, pensó Bird, tras sentenciarlo como pusilánime en quien no se puede confiar, se lo tipificaba como hombre inservible para esposo. En ese instante, en una sala brutalmente iluminada el bebé estaba debilitándose y a punto de morir. Y yo tan solo espero a que ocurra. Y mi esposa apuesta el futuro de nuestro matrimonio a que yo asuma la responsabilidad de recuperar al bebé.… El juego esté perdido de antemano.”…
“Evitaron mirarse a los ojos. Luego, Himiko apagó la luz y se metió en la cama junto a Bird. Durante un rato permanecieron en silencio, inmóviles. Hasta que ella se apretó contra su cuerpo como una novata en relaciones sexuales. Bird sintió el vello púbico contra su muslo. Experimentó una fugaz sensación de repugnancia. Deseaba que Himiko se durmiera y al mismo tiempo que permaneciera despierta hasta que él se rindiera al sueño. Cuando Himiko no soportó más esa sensación…”
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