Dice el poeta y novelista Portugués Helder Macedo que la característica principal de la obra de Saramago es que comenzaba a escribir sus obras con la pregunta “What if…?”, en lugar de comenzarlas con “Once upon a time…”
El mismo Saramago dijo en alguna ocasión que: “Mi trabajo es acerca de la posibilidad de lo imposible. Le pido al lector que acepte un pacto; inclusive si la idea es absurda, lo importante es imaginar su desarrollo. La idea es el punto de partida, pero su desarrollo es siempre racional y lógico”.
Algo que (para mí) se desprende de lo anterior, es que el punto de partida de las novelas de Saramago no fueron necesariamente acontecimientos de la vida real que evolucionaron en historias fantásticas, llenas de fantasía y libertad imaginativa (como sería el caso, por ejemplo de las obras de García Márquez), sino ficciones que evolucionaron en historias que llegan a ser percibidas como plausibles. Son dos puntos de comienzo completamente diferentes, el de Gabo y el de Saramago, y ambos condujeron a la creación de obras maestras.
Lo que me ronda en la cabeza por estos días es Saramago. Pienso que para que el punto de partida de una novela sea una idea absurda (Por ejemplo que todo un país se quede de repente ciego como en Tratado sobre la Ceguera, o que en alguna parte de la misma ciudad exista una persona físicamente idéntica a otra como en El Hombre Duplicado), se requiere de una reflexión sobre la vida real tan profunda como para estar en capacidad de expresarla en una parábola (la idea absurda), y desde allí retrotraerla a una historia con plausibilidad real.
Me pregunto cómo se compararían dos novelas acerca del mismo tema, escritas por el mismo autor, si cada una comienza por un extremo opuesto: Uno la fantasía o idea absurda y el otro la realidad de la vida. Puedo predecir que si el escritor hace su trabajo de dejar a la obra fluir en su propio cauce en lugar de constreñirla, de seguro serían dos obras completamente distintas.