Escuché hablar de libros prohibidos desde muy niña con una curiosidad tremenda. Me preguntaba qué podría tener de raro un libro para que la Iglesia lo prohibiera, y fantaseé a veces imaginando que el escritor de seguro vestiría un traje y una corbata negros con una camisa blanca. La imagen se reforzó cuando aprendí que esos libros prohibidos aparecían en una lista que se llamaba El Índice. La busqué por mucho tiempo en la biblioteca de mi colegio pero no me atreví a preguntarle jamás a ninguna de las monjas.
Con el tiempo el nombre de Vargas Vila, un escritor colombiano cuyos libros figuraban en el Índice, se coló entre la información a retazos que manejaba mi mente niña y lo que ahora me pregunté fue qué sería lo que sentiría un hombre que era un escritor excomulgado y maldito. Cuando encontré la forma de hurtar los libros que mi papá mantenía fuera de mi alcance, devoré de primeras, de una sola sentada una noche, la novela de José María Vargas Vila titulada María Magdalena. En esa misma ocasión también robé Buenos Días Tristeza, de Francois Sagan, pero como ella no estaba en el Índice y Vargas Vila sí, la prioridad en mis lecturas de esa semana para mí estuvo desde el principio muy clara.
Mil años más tarde (bueno, al menos mil años psicológicamente hablando), mi amigo Harold Stone me invitó a pasar una mañana de sábado en la biblioteca Newberry de Chicago, en una sala de acceso restringido al público. Dijo que quería darme una sorpresa. Sí fue una sorpresa, y fue enorme. Allí estaba, en un libro que él dijo era el Índice, el nombre de José María Vargas Vila. En la columna de la mitad de la página. Con una letra muy pequeña y rodeado de palabras en Latín. Sí era cierto. Sí existió un Índice. Y sí hubo un escritor colombiano que tuvo en él su nombre inscrito. Resultó al principio tan irreal que a veces me preguntó si lo soñé, en lugar de haber estado con Harold realmente esa mañana en Newberry. Telefoneé a mi mamá a Bogotá y le dije que ya había visto todo lo que tenía que ver en Chicago, Picasos reales y el Índice. Ingenua.
El Índice fue instituido en el siglo XVI por el Papa Pablo IX y abolido casi quinientos años después, en 1966, por el Papa Pablo VI. Se trataba de una lista en la que la Iglesia Católica anotaba los libros que no deberían leer los feligreses porque atentaban contra la moral o contenían errores de teología. Todavía hoy me sorprende que la lista incluyera novelas. Sin embargo cuando leo, aún ahora, a Vargas Vila, creo que entiendo por qué razón sus libros causaron un escándalo de proporciones tan enormes como para llevarlo al Índice. Eso es lo que les quiero compartir esta semana, aprovechando que mi hermana me acaba de regalar las obras completas de este autor colombiano de gran significado.
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Martha Cecilia Rivera, Chicago, Septiembre 2013