EL VIEJO PICó EL ANZUELO

Una ironía ante la futilidad de la victoria humana es algo que yo encuentro detrás del relato del esfuerzo heroico del viejo, en El Viejo y el Mar. Un sentimiento desgarrado muy profundo, desesperado, desesperanzado, proveniente de un autor que acabó suicidándose y que creció en medio de una familia de suicidas. (Esta última expresión no quiere ser insultante, sino exacta). Un autor que libró muchísimas batallas personales, con una historia de vida que hace pensar que las perdió todas, aún aquellas que ganaba.

En realidad, el viejo se esfuerza más allá de sus propias capacidades y sus propias posibilidades para reivindicarse ante sus propios ojos, y reivindicarse ante sus propios ojos significa, en el relato, ganar. Derrotar al pez, vencer la mala racha de los ochenta y cuatro días, regresar al pueblo con algo mejor de lo que traen por esos días los pescadores con buena suerte, sentirse tan ganador como Di Maggio, son todas motivaciones que hablan de competencias, de gestas, que en el fondo no son otra cosa que un reflejo de la necesidad de ser el que gana. Poco se habla de la preocupación del viejo por el sustento a lo largo del relato (tan sólo un cálculo breve en términos de libras y centavos). Por el contrario, el viejo aparece como alguien que no requiere mucho, mientras que el pez se alza como un contendor formidable, admirable, uno que por sí solo eleva la categoría de su contrincante independientemente de que este gane o pierda. Y el viejo picó el anzuelo. Libró la batalla con todo lo que pudo. Y la ganó. Y lo que obtuvo por haber ganado, se disolvió en nada.

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