Gabriel García Márquez es una persona a quien yo quiero. Me refiero a experimentar sentimientos por él, como si fuera un familiar o un amigo, a pesar de que nunca lo vi en persona. Y es que para mí él representa el sueño de seguir viviendo con una sonrisa limpia que por mucho tiempo parece haber sido esquivo en mi patria. Ese es el verdadero espíritu de eso que somos los colombianos, donde quiera que nos encontremos. Su obra solo hubiera podido ser escrita por uno de nosotros, una obra en donde entre todo se encuentra, siempre, la voluntad y la capacidad para seguir andando con una sonrisa y con todo nuestro ingenio. Cada uno de los personajes que él creó, encontró tarde o temprano un motivo para reírse de sí mismo, o para arrancar una sonrisa a los demás, incluidos los lectores, y ese es un don que es tan valioso, o más, que todos los otros talentos que lo hicieron el maestro que él ha sido.
Yo ya no era una niña en las épocas más duras de la guerra en mi país, pero sufrí como si se hubiera tratado de una muerte propia cada vez que un cantante, o un futbolista, o un comediante fueron asesinados en los años de la violencia de Escobar, fantasma que todavía me ronda. Durante infinidad de noches me quedé dormida pidiéndole a Dios y al destino que no asesinaran a Gabriel García Márquez, pasara lo que pasara. Mi súplica tuvo sentido. Hasta he soñado alguna vez llegar a ser una escritora tan importante como para merecer compartir con él su mesa. Creo que de lograrlo, le preguntaré si quiere que la corte en trozos más cortos la carne, o le ponga más azúcar a su jugo, o lo abanique con una servilleta, aunque sé que de seguro habrá muchísimas personas que harán cada día para él todo eso. Esto lo digo tan solo para ayudarme a describir la ternura que él me inspira.
Es por eso que ahora cuando acabo de enterarme de que está hospitalizado, quizás luchando por su vida, en esa hermosa ciudad que es el D.F. he tenido que escribir esto, espero que ustedes me entiendan. Porque si él llegara a irse antes de que yo haya utilizado mi servilleta como su abanico, quiero al menos tener la tranquilidad de que lo dije, sí, lo confesé por escrito, lo quiero. Gracias a mis lectores por su paciencia para conmigo en este día. Ah! Y miren la foto que incluí en esta nota. Está un poco más viejo. Esa flor amarilla en su solapa es un símbolo perfecto de lo que somos los colombianos, capacidad para reinventarnos modos limpios de sonreírle a la vida.
http://www.theguardian.com/books/2014/apr/03/gabriel-garcia-marquez-hospital-mexico-city-health
GRACIAS POR LEER Y COMPARTIR MI BLOG: http://www.florentinoletters.com
Martha Cecilia Rivera, Chicago, Abril 2014