Nos hemos acostumbrado a que los grandes escritores del panorama literario mundial, en estos días, son aquellos que, entre otros factores comunes, exploran en su escritura las profundidades de problemas sociales muy difíciles que enfrenta o ha enfrentado la raza humana. Un ejemplo de esos temas es todo lo relacionado con el Holocausto: su antes, su durante y su después, sus geografías, ahora desde ángulos muy disitntos. Herta Muller, Elfriede Jelinek, Le Clezio, el mismo Modiano, forman parte de estos escritores.
Profundizar sobre temas de alto impacto moral mundial parece ser tan, pero tan importante para posicionarse como un maestro de la literatura contemporánea, que algunos escritores de best-sellers están empezando a tratar de empaquetar sus obras dentro de un tema de conflicto social o una premisa existencialista. Haruki Murakami es aquí un buen ejemplo: empezó escribiendo una narrativa que parecía pensada para argumento de Hollywood, y de pronto, después de que ocurrió el Tsunami japonés y él visitó alguna de las zonas más afectadas, decidió revestir sus obras de un olor a profundiad existencialista. Ahora sus editores lo proclaman como el escritor del dessaraigo nihilista post-tsunami. Sigue siendo un escritor de best sellers escritos con formula, pero ahora que aspira a ganarse el Nobel, ha dado el paso de mercadotenia correcto en términos del empaque de su producto.
Debo decir que otro factor común de los realmente grandes, es el esmero por la calidad de la escritura. Algunos de quienes en este momento leen esta nota saben que yo leo autores premiados con el Nobel todo el tiempo. Los admiro, los respeto, los examino y aprendo de ellos algo nuevo cada dia. Y un factor común que identifico en todos, sin excepción alguna a la regla, es la escritura depurada, compuesta de frases muy pero muy trabajadas en dónde es casi imposible encontrar improvisación ni descuido. Mucho más importante todavía, los grandes maestros de la literatura de nuestros días no atiborran sus páginas con cantidades de eventos que quieren ser imaginativos, sino que desarrollan los sucesos dentro estructuras sofisticadas de voz narrativa, tiempos, ritmos y cadencias que permiten que las verdades morales ocultas fluyan y resuenen como melodías sin artificio. Son escritores que no se han creído que todo lo que viene a su mente era necesariamente bueno, sino que trabajan muy concienzudamente para producir muy pero muy buena literatura, y saben (aprendieron), lo que buena literatura significa.
Estas reflexiones, que no me son nuevas, invadieron mi pensamiento esta semana a raiz de mi lectura de Le Clezio. ¿Su tema? Post Guerra. ¿Su estilo? Prosa poética. ¿Su ángulo? Profundo, desgarrado, deja en la boca ese sabor claramente reconocible de la deseperación y la impotencia. Me he preguntado, al leerlo, si nuestros escritores de Latinoamerica que hoy en día escriben prolíferamente acerca del cáncer del narcotrafico, su prodedumbre y su violencia, algún día ocuparán un lugar propio en el mundo de la literatura. Me pregunto si están trabajando sus estructuras narrativas, sus secuencias, sus voces, y sobre todo sus capacidades para descubrir el dolor moral colectivo, o si se limitan a narrar hechos escandalosos inspirados en realidades barbáricas. La pregunta surge porque al leerlos, solo aparece lo amarillista. Tristemente.
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Martha Cecilia Rivera, Seattle, Marzo 2015