HERTA MULLER
Rumania, 1953
Premio Nobel de Literatura 2009
“Todo lo que tengo lo llevo conmigo.
O: todo lo mío lo llevo conmigo.
He llevado todo lo que tenía. No era mío. Era o algo destinado a otras finalidades o de otra persona. La maleta de piel de cerdo era la caja de un gramófono. El guardapolvo era de mi padre. El abrigo de vestir con el ribete de terciopelo en el cuello, del abuelo. Los bombachos, de mi tío Edwin. Las polainas de cuero, del señor Carp, el vecino. Los guantes de lana verdes, de mi tía Fini. Sólo la bufanda de seda de color burdeos y el neceser eran míos, regalos de las últimas navidades”.
“Fui a la segunda cita con el mismo hombre de la primera. Se llamaba LA GOLONDRINA. El segundo fue uno nuevo, apelado EL ABETO. El tercero se llamaba LA OREJA. Después vino EL HILO. Luego, LA OROPÉNDOLA y LA GORRA. Más tarde LA LIEBRE, EL GATO, LA GAVIOTA. Después, LA PERLA. Sólo nosotros sabíamos a quién pertenecía cada apelativo. En el parque se practicaba un intercambio desenfrenado, y yo dejaba que me pasaran de uno a otro. Era verano y los abedules tenían la piel blanca; en la maleza de jazmines y saúcos crecía una pared verde de follaje impenetrable. El amor tiene sus estaciones. El otoño ponía fin al parque. Los árboles se quedaban desnudos. Las citas se trasladaban, junto con nosotros, a los baños Neptuno. Junto a la puerta de hierro colgaba su emblema ovalado con el cisne. Cada semana me encontraba con uno que me doblaba la edad. Era rumano. Estaba casado. No diré cómo se llamaba, ni tampoco cómo me llamaba yo. Acudíamos a diferentes horas; la cajera en la vidriera emplomada de su cubículo, el brillante suelo de piedra, la redonda columna central, los azulejos de la pared decorados con nenúfares, las escaleras de maderatallada no podían concebir la idea de que habíamos quedado. Íbamos a la piscina a nadar con los demás. Sólo nos encontrábamos en la sauna”.
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